Recordando el Pregón de Antonio Bello Pérez en las Fiestas de Los Abrigos de 1994 (I)

9 Sep, 2017 | Cultura, Sociedad | 0 Comentarios

Nuestro paisano Antonio Bello Pérez, investigador agroecológico reconocido internacionalmente, candidato al ‘Premio Príncipe de Asturias de Investigación’ en 1999, Hijo Adoptivo de Granadilla de Abona según acuerdo plenario de 2009 y fallecido el 24 de febrero de 2015 a los 75 años de edad, estuvo muy vinculado a Los Abrigos desde su infancia ya que su madre (natural de San Juan de la Rambla) era la maestra del barrio al cual bajaba desde San Miguel donde residía con su esposo que era natural de Granadilla de Abona.

Aprovechando estas fechas en que Los Abrigos se encuentra en plena celebración de sus Fiestas en honor de San Blas y la Virgen del Carmen, nos ha parecido oportuno rescatar el contenido del Pregón que como consecuencia de la celebración de las Fiestas de 1994 impartió Antonio Bello Pérez, que en su momento reprodujo el periódico ‘La Rendija’ con el título ‘Los Abrigos, un pueblo con raíces marineras’ y que introducía con el siguiente texto: “El numeroso público asistente a la Gala de las pasadas fiestas que el pueblo de Los Abrigos celebró en honor de San Blas y la Virgen del Carmen, tuvo el placer de contar con la presencia de nuestro buen amigo y colaborador Antonio Bello Pérez, que hizo un interesante Pregón de cuyo conocimiento no queremos privar a nuestros lectores y que pasamos a desarrollar en dos partes”.

Siguiendo ese mismo formato, pasamos sin más preámbulos a la reproducción del Pregón:

« Son estas fiestas de nuestro patrón San Blas y la Virgen marinera del Carmen una ocasión única para que analicemos todos juntos aquello que representa el mar, o mejor dicho ‘la mar’, en el alma del pueblo canario… Tomando para ello como referencia nuestro pueblo de Los Abrigos por sus profundas raíces marineras.

Es necesario hablar de todo aquello que significa ‘la mar para el pueblo canario’, como homenaje de reconocimiento a todos los hombres y mujeres que con paciencia y dedicación, año tras año, han ido conformando las raíces de este pueblo marinero de Los Abrigos, nuestros abuelos y nuestros padres, que nos enseñaron a entender el lenguaje de la mar. Un lenguaje de respeto por la naturaleza, transmitido de nuestros antepasados los guanches, quienes ni siquiera se atrevieron a cruzar la mar. Un lenguaje de armonía entre el hombre y la naturaleza enseñándonos, entre otros, el papel fundamental de la luna, que rige los ciclos de las mareas, conceptos básicos para aquellos que se inician en la cultura del mar.

Con nuestros abuelos y nuestros padres hemos aprendido a distinguir la funcionalidad y la capacidad productiva de todos aquellos elementos clave que forman parte de la zona de marea, qué especies son fundamentales para la elaboración de una buena carnada, la selección de un buen marisco típico de nuestra tierra, las lapas, almejas, pulpos y burgados, las ‘jareas’ y otros conocimientos para la conservación del pescado.

También hemos aprendido el valor de las conchas marinas como elementos de adorno e incluso de comunicación; vienen a nuestra mente el recuerdo de la función de los ‘bucios’, que se hacían sonar tierra adentro, junto a las hogueras, anunciando las fiestas de San Antonio y San Juan, al inicio de las faenas del campo a comienzos del verano.

Hagamos un homenaje de recuerdo a todos aquellos que nos han enseñado que ‘la mar’ es un elemento de unión, de convivencia y, sobre todo, un canto a la vida, un lugar de encuentro. Desde la época de los guanches, quienes para protegerse del frío de la cumbre se refugiaban en invierno con su ganado en las cuevas de la costa. Como San Blas, que eligió en su día una humilde cueva junto a nuestra playa.

Luego, en la historia de nuestro pueblo, del pueblo canario, cuando se consolida la agricultura del cereal, de la viña, de los frutales y de las papas, al final de cada faena del campo era obligado una estancia en ‘la mar’, cada uno respetaba su cueva, recordándonos que la vida no sólo es trabajo, productividad…, sino que sobre todo es convivencia y armonía con la naturaleza. Algunos de ellos, ‘los barqueros’, se quedaron para siempre en esta tierra de Los Abrigos, descubriendo que la productividad y el trabajo no tienen porque estar en desacuerdo con la armonía de la naturaleza, con el derecho al disfrute de la vida. Ellos crean los pueblos marineros y, sobre todo, un modo de vida diferente.

Por nuestra mente, como un sueño, pasan las imágenes del viejo Abrigo, con sus casas de una sola planta, con una distribución armónica por esta costa rocosa de Tenerife, que nos permitía divisar a cada momento el mar, la llegada de los barcos, el color gris verdoso del agua, los colores del rojo al amarillo brillante, símbolo de nuestra tierra, que surgen con la aurora y desaparecen a la puesta del sol tras Montaña Amarilla.

Ahora sólo nos queda oír el suave rodar de las olas entre las piedras y el silbido de la brisa. Recuerdo sus calles estrechas, la escuela, los goros en lo alto, los hombres arreglando sus redes y sus barcos, sus cachimbas, sus pantalones de ‘dril’, con sus sombreros y boinas, que iban cambiando de posición mientras esperaban la llegada de sus mujeres. Ellas sabían elegir en los altos las mejores frutas de Vilaflor, peras, duraznos y ciruelas de la Huerta Grande, que eran casi míticos, las naranjas de San Miguel y Granadilla, los higos picos y de leche, primero los blancos, luego los gomeros o mulatos, especialmente de San Miguel y Charco del Pino, los buenos quesos de Aldea y de las Zocas. Todo ello mientras recuperaban fuerzas en aquellos largos zaguanes de losa chasnera en las casas de los altos.

Un homenaje de reconocimiento a la labor de aquellas mujeres que fraguaron para su pueblo los conceptos de calidad, de sustentabilidad y sobre todo que mantuvieron vivas las relaciones entre el pueblo marinero y los altos de Vilaflor, San Miguel, Charco del Pino y Granadilla, las relaciones entre agricultura, ganadería y pesca. Un recuerdo para mujeres como Antonia, Amelia, Carmela, Claudina, Consuelo, Dolores, Efigenia, Eusebia, doña Atanasia, Edelmira, Fidela, Juana, Inés, Isabel, Marina…, quienes mantuvieron la unidad de nuestra cultura en esta tierra de Abona.

Homenaje también a aquellos hombres que a los pequeños nos enseñaban el lenguaje de ‘la mar’, nos contaban romances e historias del pasado, del San Blas marinero y de la Virgen del Carmen. Pasan por mi mente los nombres de Agustín, Alejandro, Casiano, Domingo, Gregorio, José, Juan, Manuel, Martín, Miguel, Pedro, ‘Quico’, don Carlos

Siempre recuerdo a don Carlos con su gorra de capitán, que le prestaron los soldados que durante la 2ª Guerra Mundial estaban en El Abrigo, y sobre todo el orgullo con el que yo le decía: “Es usted todo un capitán, don Carlos”, el orgullo del ‘barquero’ que acumula toda esta historia de supervivencia y de conservación de un pasado que nosotros tenemos la obligación de mantener e incluso de escribir antes de que se pierda, puesto que los secretos de la vida están en estas pequeñas cosas de cada día y no sólo en el envío de hombres a la Luna, en la informática o en la biotecnología… »

(Continuará…)

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